Antonio Machado ya recogió en sus Proverbios y Cantares, la frase que en 1611 Francisco de Quevedo dirigió a su amigo Don Pedro Téllez-Girón, entonces Duque de Osuna, de que «sólo el necio confunde valor y precio». Y es una aseveración que aún transcurridos más de 400 años sigue con total vigencia.
Es sobrado conocido que los sistemas sanitarios no tienen precio, pero tienen un coste, por lo que intentan operar en métodos que optimicen el rendimiento de unos recursos finitos sobre el bien intangible que es la sanidad. Dentro de estos, están los incentivos que repercuten sobre los profesionales en función de unos niveles de productividad variable que se traducen en recompensas económicas según «objetivos» establecidos. Esto es lo que se denomina «pago por resultados» o en la terminología anglosajona «Pay for Performance» comúnmente conocida como «P4P». Un ejemplo se describe en el artículo de Ellegård LM et al, sobre la prescripción de antibióticos.
La adulteración del sistema se presenta cuando esa incentivación se aleja de la adecuación de la práctica clínica, pervirtiendo el «Soft Managed Care» por el «efecto Hawthorne», o lo que es lo mismo, la reactividad psicológica por la que los sujetos muestran modificaciones conductuales al saberse observados. En el caso de la práctica clínica, esto se convierte en algo de extrema gravedad cuando la toma de una decisión sobre la prescripción o la solicitud de pruebas diagnósticas tienen repercusión sobre los pacientes. Para que un incentivo sea éticamente aceptable, debe vincularse a la calidad, eficiencia y a los principios de beneficencia, justicia y no maleficencia. Continuar leyendo «El efecto Hawthorne, los incentivos sanitarios y la entropía»